El alicantino lleva desde niño, cuando sufrió dos derrames cerebrales, rompiendo barreras con un balón. Sus asistencias y goles son un alarde de destreza, talento y carisma. Liderará a la selección española en la Copa del Mundo de Salou (Tarragona). La noche del 11 de julio de 2010 Santi Maciá fue uno más entre los millones de ciudadanos que salieron a la calle para celebrar la mayor gesta del fútbol español, con aquel eterno gol de Andrés Iniesta frente a Holanda en la final del Mundial de Sudáfrica. Unas horas después la fiesta se tornó en pesadilla para este joven alicantino de Aspe, cuyo futuro cambiaría para siempre. Tenía 10 años y sufrió un segundo derrame cerebral. Los mismos síntomas que le sobrevinieron unos meses antes en el primer sangrado, se repitieron: fuerte dolor de cabeza y de cuello, vómitos y desmayo. La secuela que le dejó fue ataxia en la parte izquierda del cuerpo, la falta de control muscular y de coordinación de movimientos voluntarios. Pese a las reticencias médicas y familiares, nunca quiso renunciar a su pasión desenfrenada por el fútbol, y con resiliencia y un trabajo ímprobo desafió a su destino con un balón. Juega en el equipo sénior de su pueblo, U.D. La Coca-Aspense, es uno de los motores del Hércules Paralímpico -con el que ha sido cuatro veces campeón de Liga- y es el capitán y motor de la selección española de fútbol para personas con parálisis cerebral o daño cerebral adquirido. Con ‘La Roja’ disputará del 27 de abril al 16 de mayo la Copa del Mundo en Salou (Tarragona). “No hay nada que me haga más feliz que jugar al fútbol, sobre el césped no tengo límites, es una burbuja que me permite desconectar de todos los problemas o agobios que pueda tener en mi día a día”, confiesa. Por eso, cuando los médicos le prohibieron toda actividad física tras el derrame, su felicidad se vio erosionada y la frustración le invadió. “No lo podía entender, era un niño que siempre estaba en la calle con un balón y solo quería estar correteando con mis amigos, pero cuando salí del hospital me cortaron las alas, pasé a tener una vida sedentaria”, relata. “Era grave lo que tenía debido a una malformación vascular que se produjo durante la gestación. La primera vez me tuvieron que operar de urgencia y me pusieron una válvula para drenar líquido cefalorraquídeo. En la segunda me dieron un tratamiento con embolizaciones para bloquear el flujo de sangre, pero no avanzaron más porque había riesgo de quedarme ciego o en silla de ruedas. En 2013 me hicieron una radiocirugía y con 13 años me dieron el alta y por fin pude retomar la normalidad. Me adapté rápido a mi nueva situación porque de pequeño no noté ningún cambio en mi cuerpo, siempre había sido un poco patoso -ríe-, aunque con los años sí me ha afectado en la estabilidad y en la coordinación”, prosigue. De hecho, continuó jugando en un equipo convencional con gente sin discapacidad. “Siempre me sentí arropado por mis amigos, era uno más”, sostiene. Tenía claro que el fútbol le devolvería el júbilo y sería su mejor aliado para combatir la parálisis cerebral, pese a las indicaciones médicas y al rechazo inicial de sus padres. “Lo habían pasado tan mal, que tenía miedo a que sufriera un golpe o me dieran un balonazo y mi vida corriese peligro. Era consciente del riesgo que conllevaba, pero yo no concebía hacer otro deporte, no iba a quedarme tumbado en el sofá y desoí las recomendaciones”, subraya. Santi había convertido en una cuestión de fe no abandonar nunca la esperanza de vestirse otra vez de corto y la emoción recorrió su cuerpo cuando pudo coser de nuevo el balón a sus botas. Eso sí, tuvo un par de sustos por rematar de cabeza y desde entonces juega con un casco protector, un complemento que pasaría a convertirse en un compañero indivisible. En 2016 descubrió el fútbol para personas con parálisis cerebral y se enroló en las filas del Hércules Paralímpico, equipo con el que ha conquistado cuatro ligas, una de ellas, la de 2019, siendo máximo goleador del torneo con 15 dianas. Este año han sido subcampeones. Y en 2021 ganó la Copa de España con AMDDA Málaga, siendo clave en la consecución del título con siete goles. La calidad y talento que brota de sus pies, su capacidad de dirigir, su liderazgo con la pelota y su trabajo estajanovista le convierten también en un pilar en la medular de la selección española, con la que debutó con 16 años. Acumula 28 partidos y 13 goles en mundiales y en europeos. En categoría sub-19 posee dos medallas con España, un bronce en los Juegos Europeos de la Juventud de Génova 2017, donde fue MVP del torneo, y una plata en el Mundial de 2018. A sus 22 años es el capitán de la absoluta, un líder silencioso, una voz autorizada y un peso pesado en el vestuario. “Me gusta ese rol y responsabilidad, no supone ninguna presión, es un orgullo y me siento preparado pese a mi juventud”, dice. El alicantino quiere tirar del carro de ‘La Roja’ en Salou (Tarragona), donde se disputará la Copa del Mundo. “Llevamos dos años de preparación con la nueva metodología que implantó el seleccionador Jorge Peleteiro con su cuerpo técnico, estamos ilusionados y con ganas, aspiramos a mejorar los resultados de las dos ediciones anteriores, en las que quedamos en la 15ª posición. Hay más nivel, hemos crecido y se ha notado el cambio, se palpa en el ambiente, creemos en nosotros. Un Top 10 sería un buen resultado, aunque no renunciamos a nada, ya no somos el equipo frágil al que goleaban, para ganarnos van a tener que sudar y sufrir”, asegura. España se medirá en la fase de grupos a Ucrania, “una de las favoritas para conseguir el título, es una potencia, un rival de prestigio, aunque su presencia es una incógnita por la guerra que vive el país y no tienen dinero para viajar”; a Argentina, “un equipo bien trabajado, son peleones y siempre dan guerra”; y a Irlanda del Norte, “que tienen un nivel parejo al nuestro, ya nos enfrentamos en 2018 y ganamos. Nuestro juego se basa en tener un bloque defensivo bien marcado, no dejar espacios y cuando recuperemos el esférico, salir veloces al contragolpe para sorprender”. El mediocentro, que está estudiando Magisterio Infantil en la Universidad de Alicante y que le gustaría ser profesor de Educación Física para, entre otros objetivos, mostrarles a los alumnos los deportes adaptados y los valores que transmiten, sueña algún día con participar en unos Juegos Paralímpicos. Él aún no había nacido cuando el fútbol 7 alcanzó su clímax en Atlanta 1996 con un bronce. “Tengo la esperanza de que en Los Ángeles 2028 vuelva a estar en el programa paralímpico. Ir a un Mundial o a un Europeo es algo mágico, pero estar en unos Juegos es lo más grande para cualquier deporte, es una ilusión que espero cumplir”, concluye Santi Maciá, un futbolista con genes de capitán y vocación de líder. |